Un viernes recientemente por la noche estaba corriendo para coger el autobús de vuelta a Zaragoza. Corría para llegar a un bus que todavía no había llegado pero vi a la gente esperando y quería ser una de ellos. Había un poco de luz en el cielo y me gustaba sentir el viento en mi pelo mientras corría.
Acababa de terminar una clase con mis estudiantes preferidos. Había terminado antes de lo que había previsto y tenía muchas ganas para llegar a casa y ver a Dan, que había vuelto de Madrid y estaría en casa cuando yo llegase.
Así que estábamos yo y delante de mí el camino que me llevaría a casa. De repente el sol se fue hacia mi parte del mundo. Me caí: me pelé la rodilla; afortunadamente mis manos, que se habían extendido automáticamente para detener mi caída, se libraron de las heridas; me escocían y dolían pero no me había hecho nada más.
Estaba en el suelo jadeando de dolor. Llevaba unas medias que protegían la herida, pero la caída las había roto. Me asomaron lágrimas a los ojos mientras estaba sentada sola, esperando que el dolor se aflojara.
Recordaba ese dolor, como todo el que ha sido niño, pero lo que me sorprendió fue mi reacción. Volvía a tener siete años, con una rodilla pelada en el suelo: era una sensación agradable. a veces creo que necesitamos cosas que nos recuerden cómo era ser niño, ver el mundo con diferentes preocupaciones.
Uno de mis alumnos acababa de enseñarme una herida similar a la que yo acababa de obtener. La suya se estaba curando en una costra. Yo había asentido fingiendo interés y había intentado parecer tan impresionada como era necesario, pero sin entender la importancia de lo que me estaba contando. Ahora sentía que estaba en sus zapatos.
Cuando pude crucé cojeando la carretera hasta la parada del autobús, que estaba vacía. Paré el primer taxi que pasó. Puede que el conductor notara algo en mi forma de andar, o puede que fuera se mostrase solícito por mi altura, el caso es que movió el asiento del copiloto hacia delante para que pudiera estirar las piernas, mientras yo miraba hacia atrás.
Pain
One recent Friday night I was running to catch the bus back into Saragossa. I was running for a bus that had not yet arrived but I saw people waiting and I wanted to be one of them. There was a little light in the sky and I was enjoying feeling the wind in my hair as I ran.
I had just finished a class with my favourite students. I had finished earlier than I thought I would and I really wanted to get home to see Dan who had returned from Madrid and would be at home when I got there.
So it was me and the footpath in front of me that would get me home. Suddenly the sun left for my part of the world. I tripped – I grazed my knee, luckily my hands that automatically stretched out to break my fall escaped being wounded, stinging and singing in pain but nothing more.
There I was on the ground gasping in pain. I was wearing stockings which protected the wound but were ruined in the fall. Tears sprung to my eyes as I sat there alone waiting for the pain to subside.
I remembered this pain, everyone who has been a child would but what surprised me was my reaction. There I was seven years old again, with a grazed knee on the ground, in a way it was a nice sensation, sometimes I think we need reminders of what it was like to be little, to see the world with different concerns.
One of my students had just shown me a wound similar to the one I had just obtained that was healing into a scab. I had nodded interestedly and looked appropriately impressed at the sight, but without really understanding the importance of what he was telling me. Now I felt I occupied his shoes.
When I could I limped across the road to the bus stop, which was now empty. I hailed the first taxi to appear. Perhaps the driver noted something in my walk or perhaps he was very solicitous about my height, whatever it was, so that I had room to stretch out my legs he moved the passenger seat forward, while I was looking backwards.
1 comment:
Me encantaria caer en un recuerdo de la infancia.
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