Pequeñas Aventuras
Nochevieja de 2004 en París. Ésta es la cantidad de champán que compramos para cuatro personas. Dos de nosotras consumimos la mayor parte, esperando a que el resto de nuestro grupo acabara de glamourizarse. Una de nosotras se quedó inconsciente en la cama antes de salir de la habitación del hotel. La desperté en el metro. Todas nos bajamos en la parada del metro del Arco del Triunfo, cuando empezaba la cuenta atrás: tuvimos que echar a correr al salir del túnel. Después nos separamos. Meghan y yo (las dos borrachas) paseamos por los Campos Eíseos. Robamos una bóveda de la tienda de Luis Vuitton que estaban construyendo. No sé cómo acabamos en la puerta del Hotel George V, uno de los más pijos de París.
Allí estábamos en Nochevieja, dos extranjeras algo desaliñadas con bastante alcohol en el cuerpo como para no sentir mucho frío. Estábamos hablando de la sociedad y de sus injusticias (es decir, de que nosotras fuéramos pobres) y envidiando los zapatos y los abrigos de las mujeres que entraban al hotel. Por tercera vez esa noche alguien se nos acercó y nos preguntó si hablábamos inglés. Iba bien vestido pero parecía tímido.
Las dos rezongamos por dentro. ¿Tenemos un seño en la frente que dice “Hablamos inglés”?, pensamos a la vez, y nos lo dijimos con la mirada. El tipo era australiano y necesitaba direcciones para ir a una fiesta. Como no teníamos que hacer fuimos andando con él: Meghan conocía el sitio.
En realidad, no lo conocía. Hablamos con algunos parisinos y nos prestaron su teléfono móvil: el de nuestro amigo australiano no funcionaba y el mío no tenía salto. La calle que necesitábamos estaba en las afueras de París. Teníamos que coger un taxi. Meghan y yo estábamos sucias por haber escalado las vallas de los Campos Elíseos. La fiesta a la que íbamos estaba organizada por una cadena de televisión australiana dedicada a la moda. Nicole Kidman iba a asistir. El viaje en taxi duró muchísimo y especulamos tranquilamente con la posibilidad de que el conductor fuera a matarnos.
Llegamos a una zona industrial bastante sórdida, el australiano tenía su nombre en la lista pero insistió en pagar los 30 euros de nuestra entrada. Fuimos dentro y buscamos a sus amigos, dimos un par de vueltas y nos sentamos en la zona VIP. El australiano nos compró una botella de champán por 120 euros. Nos sentamos a charlar. Parecía que Meghan y el australiano se llevaban bien. Yo estaba encantada, significaba que podía relajarme y mantenerme en mi estado mareado, distraído y borracho, sin tener que preocuparme por dar conversación.
Había una escalera para los Über VIPS, miré pero no vi ni rastro de Nicole, dudo que acudiera a esa fiesta. Cuando el champán se acabó fuimos a la sala de baile, porque estábamos en París, porque era Nochevieja, porque queríamos que nuestro nuevo amigo estuviera contento y porque estábamos lo bastante borrachas como para aguantar esa música horrible.
Él no encontró a sus amigos, así que nos fuimos después de un rato. A Meghan le daba vergüenza nuestro hotel barato, así que nos bajamos del taxi en algún lugar de París a las 6:30 de la mañana. Volvimos hacia el hotel, con los oídos sonando y conmigo muerta de hambre. Al día siguiente perdimos el tren por cinco minutos y tuvimos que sentarnos en el Starbucks de Saint-Lazare durante tres horas gélidas, aprovechando al máximo nuestra consumición de un café.
Little Adventures
New Years Eve in Paris 2004/2005. This is the amount of Champagne that we bought for four people. Two of us consumed most of it, waiting for the rest of our party to finish glamorizing. One of us passed out on the bed before leaving the hotel room. I woke her up on the metro. We all got off at the Arc de Triomphe metro stop, as the countdown was beginning; we had to sprint out of the tunnel. Then we got separated. Meghan and I (the two drunks) wandered down the Champs-Elysées. We stole a dome off the Louis Vuitton shop which was being constructed. Somehow we ended up outside the Hôtel George V, one of the most posh Hotels in Paris.
There we were on New Years Eve, two, slightly dishevelled looking foreigners with just enough booze inside not to feel too cold. We were discussing society and its injustices (our being poor) and envying the shoes and the coats the women entering the hotel were wearing. For the third time that night someone approached us and asked us if we spoke English. He was well dressed but timid looking.
We both inwardly groaned, do we have a stamp on our foreheads that says, ‘English speakers’ we simultaneously thought and communicated with a glance. He was Australian and needed directions to a party. Having nothing to do we went walking with him as Meghan knew the address.
She didn’t. We spoke to some Parisians and borrowed their Mobile phone as our Australian friend’s wasn’t working and mine had no credit. The street we needed was on the fringe of Paris. We had to take a taxi. Meghan and I were dirty from climbing over the barriers to the Champs-Elysées. The party we were going to was being hosted by Australian fashion T.V. Nicole Kidman was going to be there. The Taxi ride took forever and we were quietly speculating that the taxi driver was going to kill us.
We got to a seedy looking industrial zone, the Australian had his name on the list but insisted on paying the 30€ cover charge for us. We went inside and looked for his friends, we did a couple of rounds then sat in the VIP area. The Australian bought us a bottle of 120€ Champagne. We sat chatting; Meghan and the guy seemed to be hitting it off. I was glad, it meant I could relax into my fuzzy, day dreamy, drunk mode and not have to worry about carrying on a conversation.
There was a level upstairs for the Über V.I.P.’s, I looked hard but I couldn’t see any sight of Nicole, I have my doubts she was at that party. When the champagne ran out when went to the dance floor – because we were in Paris, because it was New Years, because we wanted our new friend to be happy and because we were drunk enough to deal with the horrible music.
He couldn’t find his friends, we left after while. Meghan was ashamed of our cheap hotel so we got out of the taxi somewhere in Paris at 6:30 am. We wandered back to the hotel, ears ringing and me ravenous. The next day we missed our train by five minutes and had to sit in the Saint Lazar Starbucks for three cold hours making one coffee last.
Photo thanks to Meghan Mahaney
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