Sunday, October 20, 2013
Dragonfly
Sunday, March 18, 2012
Sunday
¿POR QUÉ NO SOY INVISIBLE?
Cuando me visto los domingos solo pienso en la comodidad. Hoy no ha sido diferente. He elegido una camiseta y un forro polar de cuadros de Dan que él mismo considera tan poco cool que ni siquiera lo lleva en casa. Necesitábamos pan para cenar, así que he salido a dar una vuelta, con la basura y la bolsa del reciclaje goteándome en los pantalones, que me había metido dentro de los calcetines porque son demasiado largos.
Esperaba que el semáforo se pusiera verde y acababa de comer un trozo de queso. Nada más pisar la calzada me he encontrado con una buena amiga. Estaba tan guapa y tan bien vestida como de costumbre. Cuando salgo de casa nunca pienso que voy a encontrarme a nadie conocido, y menos un domingo, con los pantalones metidos en los calcetines, un cabezal demasiado grande, la cara brillante y pelo de siesta.
En Nueva Zelanda iba al supermercado los domingos con el pantalón del pijama, en parte porque encajaba con mi idea del día y en parte porque todos los demás lo hacían, así que daba igual. Pero aquí, donde la mayoría de la gente se preocupa de su aspecto, es bastante incómodo que te pillen cuando vas hecha un desastre, aunque sea domingo.
WHY AREN'T I INVISIBLE?
When I get dressed on Sunday the only thing I have on my mind is comfort. Today was no different. I chose a T-shirt and polar fleece jacket of Dan’s that he considers to be so uncool he won’t even wear it in the house. We needed bread for dinner so I went to take myself out for a walk, with the rubbish and recycling that dripped down my pants that I had tucked into my socks as they are too long.
I was waiting for the green man and had just finished chewing on a piece of cheese. Having just stepped off the road I ran into a good friend. She looked as beautiful and well dressed as usual. When I leave the house I never think I will run into anyone I know, and especially on a Sunday, with my pants stuffed into my socks, with my baggy tops, with my shiny face and siesta hair.
In New Zealand I used to wear pajamas to the supermarket on Sunday, in part because it fit my idea of the day and in part because everyone else did too, so it didn’t matter. But here, where most people take pride in their appearance, it is rather uncomfortable to be caught out looking like a slob, even though it’s Sunday.
Wednesday, September 22, 2010
Hierba
Me encanta vivir en España y me encanta Zaragoza. Me gustan la gente, la comida, los muchos acontecimientos culturales, el hecho de que puedo ir andando a casi cualquier lugar. Pero echo de menos Nueva Zelanda. Una de las cosas que más echo de menos es tener un jardín. Echo de menos sentarme fuera, con el periódico, desayunando tarde un sábado por la mañana. Echo de menos salir un momento y coger un poco de cilantro fresco para la guarnición de un plato de comida tailandesa. Echo de menos el zumbido de las abejas en las matas de espliego. Echo de menos observar cómo las estaciones cambian las ropas con que se visten los árboles. Y echo de menos el olor de la hierba recién cortada.
Todos los colegios de Nueva Zelanda tienen campos enormes y, a menos que estén cerrados por la lluvia, allí es donde pasamos nuestros recreos y descansos para almorzar cuando vamos a la escuela. Podíamos rodar colina abajo, hacer cadenas con las margaritas, y cuando habían cortado la hierba la recogíamos y hacíamos cestos gigantes. Cuando éramos mayores, jugábamos a fútbol o a rugby y nos manchábamos los uniformes de hierba. Cuando llovía siempre había algún gilipollas que pisoteaba la hierba y mojaba y manchaba de barro a sí mismo y a los que estaban a su alrededor. Me dan pena los niños españoles que sólo tienen recreos de cemento en sus escuelas.
El otro día estaba en casa de mi amigo gallego. Estaba cortando el césped, el olor de la hierba recién cortada impregnaba el aire, los sonidos de la cortacésped rompían la paz de esa tarde de sábado pero para mí eran una sinfonía. Mi padre corta el césped cada sábado y si cerraba los ojos podía imaginar que estaba en casa. Me senté para observar cómo trabajaba mi amigo, cómo domesticaba la naturaleza. Y después, al final de su labor, tenía estas gloriosas manchas de hierba en sus zapatillas.
Green
I love living in Spain and I love Zaragoza. I like the people, the food, the many cultural events, my friends, the fact that I can walk just about everywhere. But I miss New Zealand. One of the things I really miss is having a garden. I miss sitting outside with the newspaper eating my breakfast late on a Saturday morning. I miss being able to nip outside and snip some fresh coriander to garnish a dish of Thai food with. I miss the buzz of the bees in the lavender bushes. I miss watching the seasons change the clothes the trees are dressed in. And I miss the smell of freshly cut grass.
All New Zealand schools have huge fields and unless they are closed due to rain that is where we spent our breaks and lunchtimes when at school. We could rolly polly down hills, we could make daisy chains, when the grass had been cut we would gather it and make giant nests. When we were older we would play soccer or touch rugby and get grass stains on our uniforms. When it rained there would always be some asshole that would stomp the grass and get themselves and those around them wet and muddy. I feel sorry for Spanish children who only have concrete recreation areas in their schools.
The other day I was at my Galician friend’s house. He was mowing the lawn, the smell of freshly cut grass was in the air, the sounds of a mower breaking the peace of that Saturday afternoon but for me it was a symphony. My father mows the lawn every Saturday and if I closed my eyes I could imagine I was home. I sat down to watch my friend at work, taming nature. It was a pleasure. And then at the end of his labors he had these most glorious grass stains on his shoes.
Sunday, September 19, 2010
Roman Holiday
Historia del Arte
La primera vez que fui a Roma fue en esa época loca en la que acabas de enamorarte de alguien. Habíamos estado dos días en Venecia y otros dos en Florencia y nuestra última parada en Italia era Roma. Roma era fantástica: las fachadas de los edificios, un Papa todavía caliente en su ataúd. Los susurros de la primavera en la brisa. En pocas palabras, un momento maravilloso para ser una neozelandesa enamorada de un español en Europa.
He de admitir que estaba un poco nerviosa por mi vuelta. ¿Este viaje sería comparable al de hace casi seis años? Éramos más jóvenes, yo era más rubia (gracias a un tinte), más exótica que ahora (¿se puede ser exótico después de seis años?). Me alegra decir que esta vez fue mejor. No dejamos a Duccio de lado ni nos arriesgamos a tener problemas con la seguridad buscando baños o vagones vacíos mientras nos quitábamos la ropa. Pero hablamos, nos dimos la mano, comimos, nos sentamos, miramos, bebimos, aparte de meternos mano.
Los que lean con atención puede que hayan visto que en 2006, cuando pasamos por Italia, el Papa había muerto. Eso significaba que no pudimos ver la Capilla Sixtina, algo que había querido hacer desde que estudiaba Historia del Arte en el instituto. En esta ocasión pudimos. Tengo que decir que el viaje que lleva desde pagar 19 euros por los billetes que compramos en Internet para saltarnos las filas hasta pillar un dolor de cuello por mirar hacia arriba podría haber sido un placer absoluto (después de todo, ¿qué es el dinero frente a la belleza?), pero no lo fue.
Imagina un día de de verano a 35 C°. Imagina que estás metido en espacios cerrados con cientos, si no miles, de personas bajo ese calor. La mayor parte de ellos hacen fotos de sus seres queridos junto a cualquier cosa, dificultando que te muevas y aprecies el arte. Ahora imagina que esos espacios contienen incomparables artefactos históricos de la escultura y la pintura de la antigüedad y el renacimiento. Añade un edificio sin aire acondicionado. Es algo parecido a lo que como atea imagino que es el infierno.
Cuando finalmente llegamos a la Capilla Sixtina tras ser empujados por las multitudes, muchas de las cuales intentaban no perder a sus guías (una experiencia que podía entender, tras ir al Coliseo), fue por supuesto impresionante, y lo habría sido más si hubiera habido un límite para el número de visitantes. Y si el guardia de seguridad no hubiera estado mandando callar a la gente o si los altísimos altavoces no hubieran mandado callar a todo el mundo en al menos seis idiomas distintos.
Por supuesto, la avaricia está en el corazón de esta experiencia frustrante. El director de los Museos Vaticanos, Antonio Paolucci, ha declarado recientemente que los miles de visitantes están dañando los frescos. Nuestro pelo, las partículas de nuestra piel y nuestro aliento se acumulan en los frescos, y los dañan antes de que sean limpiados. Pero en lugar de limitar la entrada de visitantes -como hace otro museo romano, la Galería Borghese (donde no permiten la entrada de cámaras y donde hay aire acondicionado y un límite de 360 visitantes cada dos horas)- han aumentado el horario de apertura en verano para incluir sesiones nocturnas.
Art History
The first time I went to Rome was during that crazy time when you are first in love with someone. We had been to Venice and Florence for two days each and our last stop in Italy was Rome. Rome was fantastic, the buildings seen from the outside, a Pope still very warm in his coffin. The whispers of spring on the breeze. In short a wonderful time to be a New Zealander in love with a Spanish man in Europe.
I must admit I was a little nervous about the return. Would this time measure up to that of nearly six years ago? We were younger, I was blonder (thanks to hair dye), more exotic than now (who can claim to be exotic after nearly 6 years together?) I am happy to say that it was better. This time we didn’t ditch Duccio or tempt problems with security finding bathrooms or empty rail carriages in rip each other’s clothes off. But we talked, we held hands, we ate, we sat, we looked, we drank, apart from ripping each other’s clothes off.
Those reading closely may have picked up that in 2006 when we flitted through Italy, the Pope had died. This meant that we could not visit the Sistine Chapel, something I had wanted to do since studying Art History at high school. This time we could. I must say the journey from paying 19€ each for tickets bought online to skip the queues to getting a neck ache from looking up could have been an absolute pleasure (after all, what is money in the face of beauty?) but it wasn’t.
Imagine a summer’s day around 35 C°. Imagine being packed into confined spaces with hundreds if not thousands of people in this heat. Most of who are taking pictures of loved ones next to everything, making it difficult to move and to appreciate the art. Now imagine these spaces hold incomparable historical artifacts of ancient and renaissance sculpture and panting. Add a building without air-conditioning. You have something akin to what I as an atheist imagine hell to be.
When we finally arrived in the Sistine chapel after being pushed along by the multitudes, many who were trying to keep up with their tour guides (an experience I can sympathize with after having taken a tour of the Coliseum), it was of course breathtaking, and would have been more so if the amount of visitors had been limited to a set number. And if the security guard had not been shushing the masses or if the very loud speakers hadn’t shushed everyone after the guard in at least six different languages.
Greed of course is at the heart of this frustrating experience. The director of the Vatican Museums, Antonio Paolucci, has recently stated that the thousands of visitors are damaging the frescos. Our hair, our skin particles, our breath are collecting on the frescos, and are damaging them before they are removed. But instead of limiting visitor as does another Roman gallery, the Borghese Gallery (where photos, mobiles and bags are not permitted and where there is air-conditioning and a limit of 360 visitors every two hours) they have extended summer hours to include night sessions.
Sunday, August 22, 2010
Crash II
Jueves 24 de junio de 2010, el día en que Nueva Zelanda terminó su andadura en la Copa del Mundo, eliminada pero invicta. Era el día anterior a que España jugara contra Chile. Era el día en que tenía mi última clase de baile antes de que el verano lo detuviera todo. Llegué a casa a las 2 de la tarde de mal humor; empezaba a lograr mover mi cuerpo de forma coordinada y no quería romper ese ritmo.
Me duché y me eché aceite por el cuerpo, parte de mi nueva rutina de ejercicios y de cuidar mi piel un poco más, porque sabía que tendría que ir a nadar con grupos de estudiantes en el campamento de verano donde trabajo todos los meses de julio y quería estar semi presentable en bikini. Esa misma tarde tuve clase, luego Dan y yo fuimos a cenar con amigos. Llegamos a casa justo antes de medianoche.
Siempre me ducho antes de irme a dormir y esa noche no fue una excepción (bueno, al final lo fue). Me metí en la ducha pero tuve que entrar de nuevo para coger el jabón que había usado antes ese mismo día. Salí, pisé la alfombra del baño y luego pisé el suelo y salí volando. Aterricé sobre mi espalda y me deslicé por el baño hasta el pasillo (afortunadamente la puerta estaba abierta). Ése no fue uno de mis momentos más elegantes, ni tampoco unos segundos más tarde, cuando me empezó a doler el codo y vi la sangre y comencé a retorcerme y a gritar en el suelo. Todos tenemos una imagen mental de nosotros mismos y digamos que en los instantes que siguieron a mi caída la imagen que tengo de mi misma salía bastante pixelada.
En cambio Dan era un modelo de calma y llamó a su madre, que es médico. Dan explicó qué veía: un corte profundo en mi codo derecho de un centímetro y medio de longitud, que sangraba abundantemente. No estaba seguro de si veía el hueso. Entre episodios de vómito –tengo un estómago muy delicado cuando escucho conversaciones detalladas sobre carne y sangre- doblé el codo todo lo que podía, para que Dan pudiera decirle a Carmen si podía ver el hueso.
Carmen llegó al día siguiente para mirar mi brazo y cubrir la herida adecuadamente. Dijo que debería haber ido al hospital porque mi codo necesitaba puntos, pero ahora era demasiado tarde, hay un espacio de unas seis horas para poner puntos. De todos modos, me aconsejó que fuera y me hiciera una radiografía porque había sido un golpe muy fuerte y podía tener alguna fractura. Fui después del trabajo, cuando España jugaba con Chile. Dan calculó que habría poca gente en urgencias durante el partido. Tenía razón, llegamos a las nueve y nos fuimos a las once. Mi brazo, que no estaba roto, estaba vendado desde la muñeca hasta casi la axila, en un cabestrillo. Me dijeron que no lo moviera.
La semana pasó incómoda por el calor pero rápidamente, porque trabajaba en el campamento de verano. Descubrí que la venda era muy buena para romper el hielo con mis alumnos y resultaba una fantástica ayuda social. Desconocidos se me acercaban en la calle y me preguntaban qué me había pasado. La gente me ofrecía su asiento en el autobús, camareros y dependientes eran muy amables y serviciales. Han pasado unos dos meses desde mi caída y mi herida se ha curado. Todavía me duele y no puedo apoyarme en ese brazo pero tengo ganas de que llegue el invierno, para comprobar si mi codo me ayuda a saber si va a llover o no.
Angry BonesThursday June 24 2010, the day New Zealand was sent home from the world cup, eliminated but unbeaten. It was the day before Spain played Chile in the world cup. It was the day I had my last dance class before summer caused everything to ground to a slow halt. I arrived home at 2pm in a foul mood; I was just starting to get the hang of moving my body in a coordinated way and didn’t want to break that rhythm.
I showered and applied body oil, part of my new routine of exercise and looking after my skin a bit more in the awareness that I was going to have to go swimming with bunches of students at the summer camp where I work every July and I wanted to look semi presentable in a bikini. Later that afternoon I had classes then Dan and I went out to dinner with friends. We arrived home just before midnight.
I always shower before going to bed and that night was no exception (well in the end it was). I got into the shower but had to get out again to replace the soap I had used up earlier in the day. I got out, stepped on the bathroom rug and stepped off again and went flying, landed on my back and went sliding out of the bathroom into the hall (luckily the door was open). Not one of my most elegant moments, nor seconds later when the pain started in my elbow and I noticed blood and I started writhing around on the floor and yelling. We all have a mental image of ourselves and let’s just say in those moments following my fall my self-image was quite pixelated.
Dan in contrast was the model of calm and phoned his mum Carmen who is a doctor. Dan explained what he saw, which was a deep cut in my right elbow about one and half cm long, bleeding freely, he wasn’t sure if he could see the bone or not. In between bouts of vomiting – I have a very delicate stomach when it comes to listening to graphic conversations about flesh and blood - I bent my arm as much as I could so Dan could tell Carmen if he could see bone. L She said I should go to the hospital, I said I didn’t want to go to the hospital, it was just a cut and went to bed, bandaged and unshowered with instructions to keep my arm straight.
Carmen came the next day to look at my arm and to dress the wound properly. She said I should have gone to the hospital because my elbow needed stitches but that it was too late to do anything about it, there is a six hour window for getting stitches, but I should go and get an x- ray because it was an extremely hard fall and I may have fractured something. I went after work, when Spain was playing Chile, Dan figured there would be very few people in emergency while the game was on. He was right, we got there at nine and left at eleven. My unfractured arm was bandaged from wrist to upper arm and in a sling with instructions not to use it.
The week passed uncomfortably hot but quickly as I was working at summer camp. I found the bandage to be a great ice – breaker with my new students and a fantastic social aid. Strangers would come up to me in the street and ask what happened. People gave me their seats in the bus, waiters and shop assistants were extremely kind and helpful. Just about two months have passed since my fall and my wound has healed, it still hurts and I can’t lean on my elbow but I am looking forward to winter to see whether or not I can predict if it is going to rain with the help of my now dodgy elbow.